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¿Cómo nos conocimos? Cuando un alfajor causó una conmoción

  • Writer: jessiicacohen
    jessiicacohen
  • Jul 18, 2024
  • 5 min read

Eran las 2:35 pm cuando un anuncio de alfajores inundó la programación habitual de la Copa América. Una ilusión bañada en chocolate decidió irrumpir en nuestro living, mostrándonos lo insulsos que son los nachos y lo inservibles que son los Bambas, “el exótico chizito israelí”.


Yo creía que ver la final Argentina-Colombia en transmisión en español siempre trae buena suerte, pero esta vez rechiné los dientes por vivir en un país sin una canasta de alimentos básicos como el alfajor, las chocolinas, el cremón o el marroc. ¿Por qué D’s?


A 25 minutos de que empiece la final, preguntó mi ratoncito goloso: ¿Donde m*erda puedo encontrar alfajores de verdad en Tel Aviv a las 2am ?


Había decidido invitar a mis amigos a casa para ver el partido, porque claramente no soporto a los extranjeros comentando estupideces sobre Messi, o algún otro espécimen que se creía hincha digno de Colombia por haber ido una vez hace nueve años después del ejército a consumir del “plato caliente” en pleno paraíso tropical. O escuchar a algún otro que te ve con la camiseta de Argentina e intenta hablarte con un español tan roto que no puede descifrar por qué “¿Estás de Argentina?” es un insulto tan aberrante a la gramática.

Básicamente, decidí alejarme de gente no instruida que no ha comprendido que no se le habla a los individuos de la mesa de al lado cuando la pelota está girando.


Volviendo a los alfajores, me acordé que había un grupo de whatsapp de argentinos que se juntaban a ver la final, ¿Será que alguno de ellos por casualidad tendría un alfajor? Por un impulso o un antojo de golosa, decidí inquirir en tal peculiar comunidad de compatriotas en busca del tesoro de la Copa América. Era tan el anhelo, que con rapidez tecleé las maravillosas palabras:


“Chicos ¿alguno por casualidad tiene alfajores?”

Y como conozco a los argentinos como si fuera una yo misma, agregué: “Es por Cábala, todos los demás partidos que ganamos comí y ahora se me acabaron!! “


Y así llegó el héroe que con un mensaje de whatsapp más un poco de gluten dulce prometía salvar a una nación entera.


“Yo tengo” -contestó en el grupo-. Acto seguido, recibí una foto en privado que iluminaría mis ojos de tal manera, que me sedujo a salir de mi casa dejando el partido y a siete personas sentadas en mis sillones.


Ahora vengo, voy a buscar alfajores” -dije con total sinceridad, obligada por mi mente que se avivó que una excusa sería contraproducente, sabiendo que mis amigos también estaban en ese grupo.


Así emprendí mi camino hacia un bar en la playa, donde mi alfajor me aguardaba.

Empezó el calentamiento pre-final. En una corrida por la tayelet (rambla), me sentí Messi persiguiendo un sueño de chico, el de ser campeón con la selección, mientras que yo perseguía una nostalgia tras ser una exiliada con consentimiento.


Vi mi cordón desatado y me agaché a atarlo con suavidad, levantando las medias dibujadas con símbolos de la AFA. Mi camiseta albiceleste, con el color del firmamento, brillaba en una noche de luna creciente y las estrellas del cielo de Tel Aviv observaron con envidia a las tres estrellas de mi camiseta, que con tanto sudor y esfuerzo representan parte integral de un imaginario colectivo, de una cultura de devoción y veneración absoluta al arte de fútbol. Una idolatría permitida, se convierte en el sostén de una nación entera que por unos 90 minutos se une, al grito de un tal “Muchachos… 


Es esa sensación de ser, de pertenecer, de gritar, de no juzgar, donde todos somos argentinos orgullosos y con la frente en alto. Dónde el precio del dólar pierde toda importancia para concentrarnos en lo que más amamos y no hablo sólo del fútbol, si no de una pasión más allá, algo más grande que Messi, si se permite decir. Es quizás algo que como dice la canción, “no te lo puedo explicar”… porque ninguna otra nación puede entender.


Mientras corría para llegar a tiempo, pensaba en cómo expresar el sentimiento argentino en palabras, del por qué los jugadores lloran si ganan en la cancha, o porque cada nene del país tiene la camiseta de Messi, inclusive la inventada. De por qué no se puede hablar de otro tema más que las hazañas o perlitas de un simple intercambio de pelotas. Ser argentino es llevar en nuestro corazón un fervoroso deseo de ser irrevocablemente los mejores, de sobresalir, de admirar y ser admirados. Son esas ganas de llegar a la cima y gritarlo tan fuerte que lo escuchen hasta en Australia. Es una religiosidad absoluta hacia la amistad y a los vínculos de familia. Es un culto a la comida, que nos hace únicos por no decir superiores. Es abrazar con amor y orgullo ese título de arrogantes, porque en realidad no hay ninguna connotación negativa en dicha palabra. Somos eso y mucho más.


Lo extremadamente absurdo es que ese pan y circo que filósofos y políticos han escrito, en Argentina próspera, une, funciona. Y cada uno de nosotros nos sumergimos conscientemente en esta realidad paralela de unión nacional.  Por eso en cada casa hay un mate, un Messi, y por eso es que estaba corriendo nueve cuadras para comer lo que algunos extranjeros sólo llamarían “una galleta doble bañada”


Llegué al lugar y vi un sin fin de banderas, un bombo, unas botellas de Coca-Cola cortadas en la mitad rellenas con una intrépida bebida negra denominada Fernet. Por un momento me sentí en casa, en un oasis, una mini Argentina. Me olvidé que esta playa está en el Mediterráneo y por unos cuantos minutos escuché voces que únicamente cantaban la melodía del español. Eso es lo que más extraño.


Me encontré con mi príncipe de los alfajores, quién me recompensó la corrida con una delicia de dulce de leche envuelta en papel de Havanna.


-        Espero que funcione - me dijo

-        ¡Gracias! - grité mientras le salté encima con un abrazo y derramé una lágrima que no pude contener.

-        ¡Si obvio, vamos que ganamos! - me contestó.


Lentamente lo abrí, oliendo el chocolate importado desde Mar de Plata. Ya casi lo podía sentir en mi lengua. En realidad, yo a este alfajor ya lo conocía. Era familiar, el sabor de mi infancia se dirigía a recordarle a mis papilas gustativas por qué nos habíamos echado un pique a las 3am, a minutos de la final. Entonces lo rocé con mis labios y diluí las migas en mi boca.


-        Está riquísimo - le dije con la boca llena de migajas.


Y ahí, en la mitad de la playa, con una pantalla gigante mostrando a los jugadores entrando al campo de juego y con mi Havanna en mano, lloré, porque ese alfajor sinceramente… tiene gusto a Argentina.


©Derechos reservados - Jessica Cohen


 
 
 

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